viernes, 19 de marzo de 2010

Ometepe, la isla de la felicidad

Ometepe significa "dos montañas" y es una isla en medio del Gran Lago de Nicaragua con dos volcanes, uno es el Maderas (1394 metros de altura), que se dejó subir por mis pies, y otro más alto, el Concepción (1610 metros), que aún sigue activo y que nos recibió con bocanadas de humo y ceniza a nuestra llegada.




El Maderas era llamado Coatlán ("lugar donde vive el sol") y el Concepción era denominado Choncociguatepe ("hermano de la luna"). Según dice una de las leyendas más antiguas de la isla, la isla nació tras la trágica historia de amor entre la india Ometepetl y el príncipe Nagrando, dos jóvenes que pertenecían a tribus enfrentadas. Al ser perseguidos por sus padres, decidieron terminar con su vida y murieron a pocos metros uno del otro: de Ometepetl nació la Isla de Ometepe y de Nagrando surgió la Isla Zapatera, ambas en el gran Lago de Nicaragua.

En este escenario de leyendas y mitos, y rodeados de volcanes y agua dulce, nos recibieron en la Finca La Magdalena, a las faldas del Maderas. Se trata de una finca dirigida por 24 familias que producen café orgánico, plátanos, leche, miel de abejas, maíz, frijoles, arroz, vegetales y que contribuyen a la protección del medio ambiente. En este lugar, idílico para relajarse, encontrarse con uno mismo y disfrutar de la naturaleza, nos recibieron con los brazos abiertos no solo las familias y sino todos los huéspedes que allí estaban, venidos de todas las partes del mundo con los que formamos una auténtica comuna hippie, entre hamacas, tijeras para dormir y mosquiteras. Nos acomodamos a la perfección, y en cuestión de un momento, aquella habitación para catorce se había convertido en un auténtico Chill-out. Eso sí, por la noche el silencio era interrumpido por los monos congos, comúnmente llamados "monos aulladores" por el tremendo sonido que emiten , que se oyen a varios kilómetros a la redonda y que os puedo asegurar, estremece.



El plato fuerte de Ometepe fue sin duda la subida al volcán Maderas. Se trataba de lograr el equilibrio cuerpo-mente, y conseguir superarnos a nosotros mismos. Con mucha preparación psicológica (y en ningún momento física) nos enfrentamos al enorme gigante dispuestos a ganar la batalla. Fueron cuatro horas de subida entre raíces, piedras, y mucho barro hasta llegar a la cima. Elmer, el guía, me acompañó toda la subida, y aguantó mis quejas, mis arrebatos de arrepentimiento y mis historietas, y hasta me escuchó cantar muerto de risa mil canciones para que aquello pasara cuanto antes... ¡Gracias por tu paciencia, Elmer!





Una vez arriba, volvimos a descender de nuevo hasta llegar al cráter del volcán, una enorme laguna verde de 300 metros de longitud y hasta nueve metros de profundidad, toda una maravilla imposible dentro de la montaña.






Tras las cuatro horas de empinada subida, con el equipo de compañeros de Telextremadura grabando en cada repecho, comenzamos la bajada. Fueron más de tres horas, luchando por aguantar el tipo y no caerme rendida de cansancio en cada roca. Las piernas temblaban y los tobillos flaqueaban, pero la aventura había valido la pena, y llegar al ranchón para tomarme un jugo de limón tumbada en el suelo fué el premio final. Lo había logrado, había superado una prueba conmigo misma, y me había demostrado algo importante. Lo conseguí; subí al Maderas.

1 comentario:

  1. ¡¡Ole y ole!!, ¡¡enhorabuena por haberlo conseguido!!. ¡Podéis estar orgullosos!. ¡Qué fotos más preciosas!.BESOS!

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