miércoles, 17 de marzo de 2010

De catedrales, poetas y otras delicias

León es una ciudad colonial y colorida, "caliente" como nos advirtieron, ya que los 38 grados que nos acompañaron todo el día dieron fe de ello. Jacinto, el guía que nos acompañará nos recibe con orgullo en una amplia plaza llena de sombras de árboles y puestecitos de licor de dulce de leche. Pronto entramos en la catedral y en seguida nos habla de su embajador más internacional, el poeta Rubén Darío. La catedral llama la atención por su luminosidad y sencillez. Desde la segunda planta observamos las vistas de la ciudad. Estamos rodeados de cúpulas y campanas y un poco más allá, en la línea del horizonte se elevan volcanes y más volcanes. En la planta baja descubrimos la tumba del poeta, con un enorme león afligido por su muerte tumbado sobre él. Los niños a mi alrededor me piden unos pesos, y al final salen en la foto...




El calor va haciendo mella en nosotros, y por más que bebemos y buscamos sombra, nos da la sensación de que nos vamos a derretir en cualquier momento. Jacinto nos lleva a un mercado típico en el centro de la ciudad, por el camino nos cuenta a cerca de los murales pintados en las calles con el rostro de algunos estudiantes que murieron en un acto de protesta ante el gobierno somocista. A estas altura ya os habréis dado cuenta de que el pueblo nicaraguense aún está impregnado de la revolución sandinista, y para ello no hace falta nada más que echar un vistazo alrededor; carteles de Daniel Ortega en las puertas de las casas, y los colores negro y rojo del Frente Sandinista de Liberación Nacional pintado hasta en la farolas.

El mercado huele a pescado, a jabones, a fruta fresca y a carne asada. Los puestos se superponen unos a otros, y las mujeres vendedoras apuran el gallopinto sentadas en cualquier butaca en medio del desorden. Nos llaman "chelitos" por el color claro de piel, y nos reclaman atención a cada puesto para comprar cualquier cosa, desde bananos hasta natacamal. Y en medio de la vorágine, encontramos esta sonrisa...





No podíamos irnos de León sin visitar la casa del poeta Rubén Darío. Una casa colonial de puertas grandes de madera y techos altos, con un amplio patio lleno de vegetación que le daba un toque melancólico. Entramos en su habitación, vimos sus borradores y hasta la cama donde falleció. Fue una sensación extraña, pero sin duda una suerte poder sentir cerca a alguien tan importante como lo fue él.





León es bonita para pasearla, para vivirla desde dentro, pero el tiempo apremia una vez más, y Rigo ya nos espera en nuestro querido minibús... Ahora sí, nos vamos al Pacífico, las playas de Poneloya nos esperan.

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