sábado, 20 de marzo de 2010

Mi familia de Ostional

Al sur de Nicaragua, en san Juan del Sur, en el departamento de Rivas, existe una pequeña comunidad costera de mil habitantes llamada el Ostional. Esta comunidad lleva a cabo un tipo de turismo rural comunitario típico en esta zona, acogiendo turistas en casas partiulares, diviendo por familias el hospedaje y la alimentación. De esta manera, nos dividimos de dos en dos, y nos acomodamos en una casa para dormir, y en otras para comer. En mi caso, Laurina y yo tuvimos el placer de compartir unos días con una familia encantadora. Desde que llegamos nos abrieron las puertas de su casa como dos miembros más de la familia, y fue un auténtico placer formar parte de ella. Aprovecho el vídeo del informe de jefa de día para presentaros a mi nueva familia nica. Una imagen vale más de mil palabras, ¿no? Pues allá va. Prometo volver a escribir muy pronto porque la aventura aún no ha terminado. Besitos y achuchones a mis dos padres, a mis dos madres, y a mis siete hermanos.



viernes, 19 de marzo de 2010

Ometepe, la isla de la felicidad

Ometepe significa "dos montañas" y es una isla en medio del Gran Lago de Nicaragua con dos volcanes, uno es el Maderas (1394 metros de altura), que se dejó subir por mis pies, y otro más alto, el Concepción (1610 metros), que aún sigue activo y que nos recibió con bocanadas de humo y ceniza a nuestra llegada.




El Maderas era llamado Coatlán ("lugar donde vive el sol") y el Concepción era denominado Choncociguatepe ("hermano de la luna"). Según dice una de las leyendas más antiguas de la isla, la isla nació tras la trágica historia de amor entre la india Ometepetl y el príncipe Nagrando, dos jóvenes que pertenecían a tribus enfrentadas. Al ser perseguidos por sus padres, decidieron terminar con su vida y murieron a pocos metros uno del otro: de Ometepetl nació la Isla de Ometepe y de Nagrando surgió la Isla Zapatera, ambas en el gran Lago de Nicaragua.

En este escenario de leyendas y mitos, y rodeados de volcanes y agua dulce, nos recibieron en la Finca La Magdalena, a las faldas del Maderas. Se trata de una finca dirigida por 24 familias que producen café orgánico, plátanos, leche, miel de abejas, maíz, frijoles, arroz, vegetales y que contribuyen a la protección del medio ambiente. En este lugar, idílico para relajarse, encontrarse con uno mismo y disfrutar de la naturaleza, nos recibieron con los brazos abiertos no solo las familias y sino todos los huéspedes que allí estaban, venidos de todas las partes del mundo con los que formamos una auténtica comuna hippie, entre hamacas, tijeras para dormir y mosquiteras. Nos acomodamos a la perfección, y en cuestión de un momento, aquella habitación para catorce se había convertido en un auténtico Chill-out. Eso sí, por la noche el silencio era interrumpido por los monos congos, comúnmente llamados "monos aulladores" por el tremendo sonido que emiten , que se oyen a varios kilómetros a la redonda y que os puedo asegurar, estremece.



El plato fuerte de Ometepe fue sin duda la subida al volcán Maderas. Se trataba de lograr el equilibrio cuerpo-mente, y conseguir superarnos a nosotros mismos. Con mucha preparación psicológica (y en ningún momento física) nos enfrentamos al enorme gigante dispuestos a ganar la batalla. Fueron cuatro horas de subida entre raíces, piedras, y mucho barro hasta llegar a la cima. Elmer, el guía, me acompañó toda la subida, y aguantó mis quejas, mis arrebatos de arrepentimiento y mis historietas, y hasta me escuchó cantar muerto de risa mil canciones para que aquello pasara cuanto antes... ¡Gracias por tu paciencia, Elmer!





Una vez arriba, volvimos a descender de nuevo hasta llegar al cráter del volcán, una enorme laguna verde de 300 metros de longitud y hasta nueve metros de profundidad, toda una maravilla imposible dentro de la montaña.






Tras las cuatro horas de empinada subida, con el equipo de compañeros de Telextremadura grabando en cada repecho, comenzamos la bajada. Fueron más de tres horas, luchando por aguantar el tipo y no caerme rendida de cansancio en cada roca. Las piernas temblaban y los tobillos flaqueaban, pero la aventura había valido la pena, y llegar al ranchón para tomarme un jugo de limón tumbada en el suelo fué el premio final. Lo había logrado, había superado una prueba conmigo misma, y me había demostrado algo importante. Lo conseguí; subí al Maderas.

miércoles, 17 de marzo de 2010

El paraíso de Poneloya




Sábado, playas de Poneloya. El pacífico en su estado puro.

Estamos en la playa, y no en cualquier playa. Poneloya, en la costa oeste de Nicaragua, nos recibe llena de fuerza y con todo su explendor. Desde el autobús vemos la línea azul del horizonte a lo lejos y un hormigueo me recorre la piel, hemos llegado al punto más deseado de todo nuestro viaje. Habíamos escuchado mucho a cerca de este lugar, y todo había sido demasiado poco en relación a lo que hemos encontrado. El autobús se mete por un pequeño camino de acceso a una casa y aparca en el jardincito de la entrada. Camino unos pasos y me encuentro con una pequeña casita de madera, con una cocina muy amplia que comunica con el porche por una barra americana. Las otras tres estancias son un cuarto de baño y dos habitaciones, una de matrimonio y otra con tres camas. Está claro que hoy dormimos en la playa. En el porche cuelgan dos hamacas de colores, y móviles de conchas colgados del techo que tintinean al ritmo de la brisa. En la parte de atrás de la casa, más hierba, sillas, mesas, más hamacas y un caminito con palmeras a ambos lados. Camino un poco más y de repente... la arena en mis pies. Caigo en la cuenta de que la casa pertenece a la playa, ¿o la playa a la casa? y pienso de nuevo, que la magia me volvió a sorprender. Una inmensa playa de arena negra y olas impresionantes me saluda, y derepente me vuelvo diminuta a su lado. Nadie alrededor y el sol, colgado como un cuadro de Monet, nos esperaba para esconderse y deleitarnos con su belleza. El mar hipnotiza con el rugir de sus enormes olas, sabemos su mensaje. Aquí el mar es peligroso y hay que guardarle respeto. Comenzamos a vivir la leyenda de Poneloya... El vuelo de los pelícanos a ras de las olas da paso a la caída del sol mientras damos un paseo entre espuma blanca. Miles de conchas blacas en nuestros pies, y en el cielo comienzan a aparecer los primeros colores rosáceos. Después de unos minutos, vimos como aquella enorme esfera roja nos guiñaba un ojo, y nos surruaba que aquél sería el atardecer más bello que jamás veríamos. Sentados en la arena, casi haciendole una reverencia al cielo, dejamos que los minutos se fueran con la mirada fija en el sol, y en los colores que poco a poco iban apareciendo. Las olas rompían en nosotros dejándonos mojados y cubiertos de arena negra... Voces... cinco, cuatro, tres, dos , uno "¡Se fué!" Se fué el atardecer de Poneloya, el atardecer más bonito de mi vida, al lado de gente muy especial.


De catedrales, poetas y otras delicias

León es una ciudad colonial y colorida, "caliente" como nos advirtieron, ya que los 38 grados que nos acompañaron todo el día dieron fe de ello. Jacinto, el guía que nos acompañará nos recibe con orgullo en una amplia plaza llena de sombras de árboles y puestecitos de licor de dulce de leche. Pronto entramos en la catedral y en seguida nos habla de su embajador más internacional, el poeta Rubén Darío. La catedral llama la atención por su luminosidad y sencillez. Desde la segunda planta observamos las vistas de la ciudad. Estamos rodeados de cúpulas y campanas y un poco más allá, en la línea del horizonte se elevan volcanes y más volcanes. En la planta baja descubrimos la tumba del poeta, con un enorme león afligido por su muerte tumbado sobre él. Los niños a mi alrededor me piden unos pesos, y al final salen en la foto...




El calor va haciendo mella en nosotros, y por más que bebemos y buscamos sombra, nos da la sensación de que nos vamos a derretir en cualquier momento. Jacinto nos lleva a un mercado típico en el centro de la ciudad, por el camino nos cuenta a cerca de los murales pintados en las calles con el rostro de algunos estudiantes que murieron en un acto de protesta ante el gobierno somocista. A estas altura ya os habréis dado cuenta de que el pueblo nicaraguense aún está impregnado de la revolución sandinista, y para ello no hace falta nada más que echar un vistazo alrededor; carteles de Daniel Ortega en las puertas de las casas, y los colores negro y rojo del Frente Sandinista de Liberación Nacional pintado hasta en la farolas.

El mercado huele a pescado, a jabones, a fruta fresca y a carne asada. Los puestos se superponen unos a otros, y las mujeres vendedoras apuran el gallopinto sentadas en cualquier butaca en medio del desorden. Nos llaman "chelitos" por el color claro de piel, y nos reclaman atención a cada puesto para comprar cualquier cosa, desde bananos hasta natacamal. Y en medio de la vorágine, encontramos esta sonrisa...





No podíamos irnos de León sin visitar la casa del poeta Rubén Darío. Una casa colonial de puertas grandes de madera y techos altos, con un amplio patio lleno de vegetación que le daba un toque melancólico. Entramos en su habitación, vimos sus borradores y hasta la cama donde falleció. Fue una sensación extraña, pero sin duda una suerte poder sentir cerca a alguien tan importante como lo fue él.





León es bonita para pasearla, para vivirla desde dentro, pero el tiempo apremia una vez más, y Rigo ya nos espera en nuestro querido minibús... Ahora sí, nos vamos al Pacífico, las playas de Poneloya nos esperan.

viernes, 12 de marzo de 2010

Masaya, el volcán que respira

¿Alguna vez habéis escuchado respirar un volcán? Yo tuve la oportunidad el otro día, y creedme que se escucha a la perfección. El Parque Nacional de Masaya está situado a media hora de Managua y en él se encuentran dos volcanes y cinco cráteres. Tras visitar el museo Masaya, Rigo forzó nuestro minibús cinco kilómetros hacia arriba hasta llegar a la boca del mismo volcán. El Masaya es un volcán activo, y según cuentan, siempre está saliendo humo de él. Impresiona el olor a azufre, y el vértigo al asomarte de puntillas hacia el cráter. En la Periodo Precolombino, el Volcan Masaya era objeto de veneracion de parte de los Indigenas. Creian que las erupciones eran senales de la furia generada por los Dioses y para tranquilizarlos ofrecian sacrificios de doncellas y niños pequenos. De hecho, en uno de los miradores del cráter, aún se conserva una enorme cruz de madera que pretendía bendecir el lugar, ya que la "Boca de fuego" representaba para ellos la puerta del infierno. Un lugar impresionante.





Después de disfrutar de un espectáculo de la naturaleza, nos llevaron a Coyotepe (cerro de los coyotes), donde se hiergue una fortaleza aparentemente pequeña, formada por cuatro cùpulas azules que rodean un edificio con dos plantas subterráneas donde se encuentran calabozos utilizados por la Guardia nacional en tiempos del dictador Somoza.





El guía nos condujo a través de pasillos largos, oscuros y estrechos, a la única luz de su linterna, que alumbraba en ocasiones pintadas de desesperación de los presos, o inclusos manchas de sangre. El lugar, absolutamente tenebroso y cargado de historias de desdicha y de injusticia, era digno de ser visitado, pero era muy difícil hacerlo sin sentir el horror que desprendía la humedad de sus paredes. Salimos de aquella oscuridad encogidos de tristeza, y nuestro pequeño gran mago lo supo, y quiso llevarnos a otro lugar especial, para desecharnos de malas vibraciones, y volver a respirar con normalidad...





La laguna de apoyo, en el pequeño pueblo de Catarina, se abrió ante mis ojos como una salvación; un lindo final para una película fea que me había hecho llorar. Sentada delante de un pequeño gran abismo de agua, donde dicen que puedes ver tus pensamientos cabalgar, me miré al espejo y volví de nuevo con el cargado trabajo de encajar las piezas de mi puzzle. Sonó la marimba al son de "Nicaragua, Nicaraguita", poniendo de nuevo el toque de magia al momento más bello de este día.

Después de comer una carne exquisita al olor de la brasa, tuvimos la oportunidad de visitar el mercado artesanal de Catarina, uno de los pueblos blancos de Masaya caracterizado por su artesanía. Aprovechamos para comprar algunos regalitos, también en los talleres de artesanos que visitamos (hamacas, palma, cerámica y cuero) y en el mercado de la ciudad de Masaya, donde pasamos una tarde agradable con tiempo incluso de asistir a una verbena popular con música y baile nica, y desfile de moda y calzado de diseñadores locales, todo en calidad de invitados de la embajada española. Tuvimos tiempo de conocer al famoso gueguense y a la gigantona, personajes burlescos españoles, él cabezón, bajito y mujeriego y ella alta, presumida y bien formada. Toda una parodia de los antiguos colonizadores españoles, y su actitud chulesca y altiva.





Fue tarde de compras y acercamiento a artesanos nicas, hubo incluso quien entrevistó a cada vendedor, y es que en aquél mercado todo era interesante, y en cada rincón encontrábamos algo lindo que llevar, o que contar.


jueves, 11 de marzo de 2010

Apretando manos, forjando nudos de compromiso

Volvimos al centro de Ticuantepe, y a las ponencias, charlas y reuniones al calor de Managua. Esta semana ha sido muy productiva en cuanto a estos encuentros, ya que poco a poco vamos conociendo el funcionamiento de cooperativas, de la universidad, y hasta del propio gobierno.
Tuvimos ocasión de visitar la UNAN (Universidad Nacional Autónoma de Nicaragua), con un ambiente fantástico de comienzo de curso, y unas instalaciones preciosas adornadas con murales reivindicativos y muy coloridos, pintados por los propios estudiantes. Nos reunimos con el vicerrector de la Universidad y con los jóvenes estudiantes pertenecientes a la UNEN (Unión Nacional de estudiantes de Nicaragua). Conocimos los planes de acción social, sanitaria y medio ambiental que están llevando a cabo desde la Universidad, y una vez más nos sorprendió la gran implicación de la juventud nicaraguense con su entorno, y la magnitud del movimiento estudiantil en todas las esferas de la sociedad. También visitamos el INJUDE (Instituto de la Juventud Nicaraguense) y su Red Local de Comunicadores. En la puerta del instituto un mural a todo color con los rostros de jóvenes revolucionarios de Centroamérica y América del Sur, y a un lado : "Y ser jóvenes y no ser revolucionario es una contradicción hasta biológica" Salvador Allende.





El martes nos vestimos de gala y visitamos la Asamblea Nacional. Tras pasear por la avenida Augusto C. Sandino (antiguamente llamada Avenida Roosvelt y escenario de masacre y represión del gobierno Somocista) y visitar una exposición del terremoto de 1972, nos reunimos con jovenes diputados representantes de los municipios de Masaya, Rivas, Estelí y Managua que nos explicaron el funcionamiento de la asamblea y el trabajo parlamentario. Ese mismo día por la tarde tuvimos el placer de conocer a Edén Pastora, militar, político y guerrillero nicaraguense, y sin duda, un personaje vivo de la historia de Nicaragua. Escuchamos en primera persona la narración por su mano del asalto al palacio nacional de Managua, en 1978. Su voz retumbaba entre las paredes con sus gritos de guerra, y nosotros, embobados como niños a los que se le cuenta una aventura, escuchamos su versión, cuanto menos emocionante, del cambio de rumbo en la política de este país.



No puedo pasar contaros a cerca de un pequeño lugar de Managua, el malecóm de Salvador Allende. Un pequeño puerto y paseo por el lago Cocibolca, lleno de luz y colorido. Palmeras, maceteros de colores, el sol brillando en el lago, y un calor sofocante.



Como veis, vamos a un ritmo frenético, casi de infarto, y resulta complicado sintetizarlo todo, para haceros llegar todo lo que veo, oigo y siento... Aun así, yo sigo en el intento, ya que como mi hermana dice, mis proyectos son vuestros proyectos, y esto no tiene sentido si no lo comparto con vosotros. Gracias una vez por seguir cerquita, aunque nos separen miles de kilómetros, camináis a mi lado. Un beso enorme a cada uno de vosotros. Os quiero.

Los duendes de La Soñada


Reserva natural de Miraflor, posada La Soñada. Tarde de lluvia y de inspiración.

"Escribo desde la puerta de atrás de una pequeña casita de madera que nos acoge por esta noche. Frente a mí un inmenso paisaje verde y una lluvia ruidosa que empapa los caminos y va limpiando el polvo... Es la primera vez que veo llover en Nicaragua, y esta lluvia viene también para depurar mis ideas y para ayudarme a aclarar mis sentimientos. Escucho truenos a lo lejos, y aquí un poco más cerca, escucho gallinas, caballos, las gotas caer en los charcos, y las voces de mis compañeros que sentados alrededor de una mesa, charlan despacio como si quisieran respetar los sonidos de la madre naturaleza.
Sentir aquí es muy fácil, las emociones están a flor de piel y nuestros ojos se van cargando de miradas de color oscuro que miran más allá de la retina, y con facilidad se nos clavan en lo más profundo de nosotros. Alverto, Doña Francisca, Doña Delfina, Marelin, David, Tomás, Gilbert... todos tienen unos ojos limpios, oscuros como el café que nos ofrecen, cargados de compromiso y de humildad. Unos ojos por los que hablan y cuentan historias que en unos minutos han desmoronado todos los esquemas de vida que todos guardamos dentro. No importa lo material cuando aquí el valor fundamental es la vida y saber si podrás comer al día siguiente. Aquí en Nicaragua no se hacen planes a largo plazo, nos cuenta Jimmy, no hay tiempo para eso cuando el temor vivo de la última guerra y de que el suelo que pisas tiemble y se quiebre en un instante, te impiden pensar más allá de tu presente. Vine con poco y me llevo mucho... Al mismo tiempo vine con desmasiado, y me llevo lo esencial. Nicaragua me está enseñando a vivir..."

Podría haber seguido escribiendo toda la noche, pero lo que pasó después fue mucho mejor que miles de páginas escritas. La noche fue llegando con una luna llena que ofreció la luz suficiente para que todos los duendecillos que estaban escondidos detráss de las palmeras, entre el café, bajo los charcos, y entre los escalones de la casita del árbol fueran saliendo poco a poco. No los vimos, pero sabíamos que estaban allí porque todos teníamos una sensación extraña de hormigueo en los pies que subía cosquilleando por las piernas hasta quedarse remoloneando en el estómago. Aquella noche cenamos sopa de gallina y nachos con queso, hubo hogera, música y baile nica al son la lluvia, tropical, canciones de siempre que nos sonaron como nunca, silencios que todo lo dicen y la magia en su estado puro. Gracias Laura, por habernos ofrecido la noche más especial de Nicaragua, por llenar nuestros vacíos, y lograr el equilibrio... Lo último que recuerdo fue el sonido de la lluvia desde la cama, y una mosquitera blanca que me hacía cosquillas en la nariz... Los duendes existen, y viven en La Soñada. No los ví, pero los sentí

.